LAS MUSAS A LA DERIVA
Diario La Prensa de Curicó
27 de abril de 1997 escrito de Samuel Maldonado de la Fuente
Las me meditaciones de principios del siglo, sobre la solidez y el sentido del arte conmovieron a toda la sociedad. De allí, nacieron diversas ponencias para renovar el arte a través de una ironía, cuyo fin era una denuncia contra el anti humanismo y descubrir la verdadera función que el arte debía cumplir en nuestra sociedad. A partir de esta concomitancia, la nueva ponencia del arte se convirtió en una formulación destructiva para reconstruir. Destruir no es necesariamente una actitud negativa; depende de lo que destruya, nos dice Rafael Squirru. Es así como se utilizó el campo de lo grotesco, de la ironía.
Esta última es un arma poderosa; sin llegar a un nivel cósmico de la risa, esta actúa como alfiler, capaz de desinflar los Globos de la fatuidad o los zeppelines de la tontera. De este modo, una corriente revalorizadora del arte se inicia con Rimbaud sigue por Tzará pasando por Duchamp y el mismo Picasso, pretenden destronar el arte retiniano por uno que incorpore al pensamiento como socialización del mismo.
Ya no es extasiarse frente a una obra, si no que pensarla. De paso destruir el academismo en el qué las obras del siglo decimonónico estaban encasilladas. Ese mismo academismo acabará por destruir a los destructores. ¿Acaso la abstracción y el conceptualismo no son una nueva forma de academismo? Es el fin de la historia nos dice Fukuyama, pero yo no creo lo mismo.
Perspectivas
La sociedad ha caído en una insensatez, por ende el arte que tiene una nueva valorización mercantilista. Existe una degradación del espíritu del arte, ese que Kandinsky pregonaba. Lo insensato de todo, es que los artistas se vean obligados a seguir la corriente de los postulados exitistas del mercado, el que no posee la más mínima reflexión sobre el valor del espíritu. Es como dice Kunert, “El arte se ha convertido de siervo de la teología a empleado a sueldo del mercado”
Hoy el arte se limita a vivir de glorias pasadas, lo que equivale a una mortal agonía, con una aparente vitalidad, presentando materiales que solo son chatarra, como vidrios hechos añicos, grasa, fieltro y materiales en desuso, que seguirán siendo basura muerta. Todas las actuales obras vanguardistas son innecesariamente superfluas, carentes de sentido y de función, sólo sirven de pasatiempo para el snobismo órfico o para una charla insulsa. Kunert resalta que el arte moderno se aproxima mucho a la pintura rupestre, ya que le falta contexto explicativo. Los intérpretes se esfuerzan de eso sí, por explicar los productos contemporáneos, pero las explicaciones carecen de valor canónico, por qué la exégesis y la explicación basadas como están sobre el tambaleante fundamento de la especulación y la hipótesis, no son capaces de enunciados definitivos. Creo que el límite entre la creatividad y la libertad, es la propia libertad, que ha extendido sus límites sin una normativa de sus deberes intelectuales, estéticos o morales; esto desemboca en la falta de vínculos y en la total carencia de responsabilidad, en la arbitrariedad como principio creador esencial, de un “anything goes”, en que el arte ya no es reconocible.
Toda la riqueza lograda durante el siglo XX que muchas veces fue abrumadoramente rica en variedad de nuevos descubrimientos y confrontaciones, nuevas experiencias sensoriales y nuevas ideas, están a la deriva producto de una falta de estándar cualitativo, en el que el “Tuto vale”, esconde la mediocridad y carencia de sentido en ciertas corrientes. Es otro estado mental dónde no prima el rigor ni la reflexión crítica.
Aunque el arte necesita del mercado, no debe degenerarse cómo un producto en serie, es falta de ética artística, cómo ha sucedido con algunas artistas locales y nacionales, que deambulan en un falso supermercado del arte, entregando obras chatarras.
“El arte moderno disfruta de la libertad propia de los fugones, pero no está permitido reírse de él”. Para el arte moderno la detención significa la renuncia a sí mismo; su auto comprensión se basa en que se producirá algo nuevo, aunque desde un microscopio toda esta creencia de “innovación interminable”, más me parece una mera modificación o un retorno cíclico a la raíz.
Aunque se puede producir, una envidia toda capacidad de disfrutar de lo artístico, no existe un mundo de total armonía, porque se busca imágenes sígnicas más concluyentes, nuevos proyectos de sentido. Es decir, debe existir una estimulación sensorial, que cree un estado cualitativo del arte.
¿Por qué se sigue adorando las fabulosas obras del impresionismo, o los escritos de los poetas clásicos? Y tantas obras más, que sería largo enumerar y en cambio para el arte contemporáneo existe un status de tolerancia escéptica que en la actualidad nos tiene desconcertados.
El arte visto desde la seriedad colectiva de la sociedad, el arte moderno digamos, nos parece irrisorio más que irónico, cómo las palas colectivas de Joseph Beuys 1964. O los juegos herméticos qué tantos escritores, especialmente en la poesía, llenos de una lingüística rebuscada en una sintaxis decadente. Por lo tanto, la apatía consumista se ha apropiado del hemisferio sensorial del arte. Seudos poetas, cómo lo expresara Orlando Vergara.
Cuando a principios del siglo XX, Tristán Tzará y los dadaístas renovaron el arte, lograron desplazar el sentido retiniano, para incorporar el pensamiento al arte y realmente hoy sí que hay que pensar, que es lo que quieren decir algunos artistas y poetas. Esto es repensar el pensamiento. En definitiva creo que las palabras de Marcel Duchamp: “Me obligo a contradecirme para no repetirme”, es un buen punto de vista que no ha sido llevado a cabo en el lenguaje del arte, donde abunda lo reiterativo creando un signo que es semejante al discutido academismo decimonónico, dónde la abstracción ha ocupado su espacio como un nuevo academismo.
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