SIGNIFICACIÓN DE LAS COSAS EN CARLOS RENE CORREA
por Samuel
Maldonado de la Fuente
Poeta, escritor y ensayista.
La aldea
Carlos René Correa es un símbolo de Rauco, que en idioma aborigen
se llama “Ragco” o " Agua de
Greda" o " Agua Gredosa" de un lenguaje Chincha chileno. La
aldea estuvo habitada por los indios Curi que se expandieron hasta la Huerta
del Mataquito, donde se mezclan con
tribus Incas invasores de todo este territorio y que le trajeron las
primeras enseñanzas del cultivo agrícola. Situada a diez kilómetros de
Curicó, este pequeño poblado, casi como una aldea, llena de significaciones,
simbolismos y maravillas, como las pinturas de Marc Chagall, ve el nacimiento del poeta un 18 de septiembre de 1912, cargando
con el sello de la Chilenidad.
Fue entonces, cuando al acontecimiento de este nacimiento,
partieron sus familiares hacia la serranía en busca de “Ñá Anastasia”, la
partera que llega amarrada en su yegua overa por la solitaria calle de la
aldea. Esa era la memoria que el poeta rememora en “Biografía de una Aldea”, donde
recuerda a su padre, a quién describe como “un hombre de espíritu limpio y
corazón pastoril”.
Podemos
iniciar el imaginario recorrido por su vida, realizando una fuga hacia esa lejana época, donde el río Teno y el Lontué amalgaman el nombre de
Mataquito, probablemente derivado
del quechua "matha" (médula) y "cutún" (estrujar), que
significa "estrujar la médula".
Rememora en sus escritos al Rauco amado: “Rechinan los goznes y mi alma los escucha y busca aceites de los olivares del abuelo Buenaventura, para que ellos guarden silencio”. “El río Teno había crecido en crespas aguas y su vorágine cabalgaba potros espumantes hacia las lejanas playas de Iloca”. “Así “era el gran río de mis sueños”, describiendo la visión del día en que vio la luz.
Nació
en Rauco, al igual que Alejandro Gutiérrez, poeta de los viajes marinos y por
lo tanto las dos voces firmes de esta tierra de viñedos y áridas serranías. Nos
dice el poeta: “En la solitaria calle de la Aldea crecieron mis ojos y comencé
a conocer la vida”. Los primeros años discurrieron para él, entre caminos
polvorientos, esteros que eran su pequeño océano torrente corriendo al
mar, cerros desprovistos de arboledas en
juegos de juventud. Va enclavando memoria y sentimientos, de las primeras
enseñanzas religiosas en la pequeña parroquia que lo marcan para siempre.
Fue
una mañana de Abril de 1924 “fría y azulenca”, como lo recuerda Carlos René,
que en compañía de su padre, se aleja de la Aldea para ir a Santiago donde
realizaría sus estudios humanísticos. El
pequeño y frágil niño desprende el sollozo natural de la partida, atrás queda
su madre y sus hermanos, su juegos de niñez y el calor de su casa de adobes. El
viejo tren de la costa resopla como un mamut y lo lleva primero a Curicó. La
ciudad de principios del siglo XX, posee una serie de interesantes
ingredientes, que está marcada por una acentuada emigración de escritores y
poetas. Los espectros para la educación y su conformación como ciudad, tienen
límites muy restringidos. Un Curicó colonial está ante nuestros ojos. La ciudad
limita entre viñas, dispersas casas patronales y callejones polvorientos.
Venimos saliendo del siglo decimonónico, con visión retiniana
y vestigios del romanticismo. El siglo se inicia con los periódicos “La Prensa”, “La Alianza”, “El Heraldo”, “La
Nación”, “La Democracia”, “La Idea”, y el Diario “El Comercial” el medio que
más incentivó en su época, la literatura.
Santiago y su obra
Entre
1924 y 1935 estudió en el seminario de los Ángeles Custodios, de Santiago donde
tuvo oportunidad de ser alumno del poeta Francisco Donoso.
Ya
en Santiago en 1936, publica su primer libro “Caminos de Soledad” con el apoyo
de Samuel Lillo patriarca de esos
tiempos, quien pide a Carlos Nascimiento para que edite este libro. Más de 20
obras engalanan su trayectoria de hombre dedicado a las letras.
En
los círculos literarios de la capital, constata que
existen por lo menos diez o doce poetas de
primer orden en el país, que hace las veces de biombo de autocomplacencia que
oculta a poetas de la talla de Carlos René Correa, Augusto Santelices, Jorge
González Bastidas y otros representantes de las corrientes naturalista,
criollista y lárica de la región del Maule.
El
poeta labra amistad con Jerónimo Lagos Lisboa y traba vínculos indisolubles en
el tiempo con Jorge González Bastidas, visitando frecuentemente su casa de
Infiernillo a orillas del Maule rumoroso, esto le permite cimentar su propia
obra y fortalecer su carácter lárico.
El
poeta y su condición
Fuera de Pablo de Rokha, que debía recorrer duramente todo el país vendiendo los libros que ellos mismo editaban, ningún poeta chileno ha vivido o podría vivir exclusivamente de sus obras. Y esto es grave, un obstáculo a una labor creadora que necesita continuidad y dedicación en grado que llamaríamos de oficio, en contra de la opinión general o hasta de las bondades que se permiten los mismos poetas, como aquella de Jean Cocteau, que afirma que "poeta es un escritor que no escribe", y la de Saint-Pol Roux, que colocaba un letrero que decía "El poeta trabaja" cuando se retira a dormir.
Poetas como Teófilo Cid y Pablo de Rokha, para citar casos recientes, pretendieron unir la poesía a la vida y fueron descalificados como "bohemios", pese a que Pablo dejó cerca de veinte libros inéditos y Teófilo Cid era un ejemplar hombre de letras, en constante actividad, y alcanzó a publicar media docena de obras. Su presencia en la sociedad era una acusación y llegaba a ser "cuando no inoportuna, deprimente", como dijera el mismo Teófilo Cid a la muerte de Pablo de Rokha.
Por
esto, entre nosotros, los poetas por lo general suelen refugiarse en los
resquicios que les dejan libres, los desperfectos de las maquinarias, de la
burocracia, horas de clases semanales, la hora de colación, o el intervalo
entre cada paciente y por lo tanto, nunca dejará en segundo plano su obra
creadora. Pero si las labores burocráticas son opacas o innecesarias producen
serias frustraciones, y si el poeta decide hacerse "responsable"
termina muchas veces por sepultarse bajo el polvo de los expedientes, según la
expresión de Paul Valery.
Por esto, creo que en nuestro medio no ha dado el tiempo humano al poeta ciento por ciento, como lo fuera Carlos René Correa, que desarrolló en silencio y sin ostentación su producción literaria. Con razón ha dicho Gonzalo Rojas: "...si mi palabra no hubiese sido escuchada: ah, entonces no habría sido igual! En eso voy. Abriendo el mundo, como puedo, con mi palabra, que es sólo parte de la palabra de los poetas".
Esa es la época del nacimiento y primera juventud de Carlos René Correa. Debo decirles con cariño y orgullo natural, que tuve la gran satisfacción de haberlo conocido, y ser su amigo, de pasearme con él en innumerables ocasión por Rauco y Curicó.
En una anécdota que lo refleja, en el año 1984 me tocó el privilegio de organizar el cincuentenario del fallecimiento del poeta Alejandro Gutiérrez de Rauco, en la casa donde naciera éste, Carlos René Correa viene en compañía de Manuel Francisco Mesa Seco, Braulio Arenas, Manuel Astica Fuentes, entre otros. Al término de la jornada vamos de visita a una “Quinta de Recreo” organizada por el folklorista Cheo Fredes. Carlos René expresa allí: “Soy como las viejas Victorias que deambulan por las calles de Curicó, a las que ya nadie reconoce”.
Su poesía lo retrata estéticamente. Jamás mostró a través de su lírica un pesimismo que podría hacer mórbida su creación, sus imágenes trasuntan una fuerza que invaden la tela, con cuyo pincel lleva a la realidad plena. Eso es Impresionismo, lleno de imágenes primigenias, naturales de una patria propia y original.
Fluye de su pluma, esos cantos diáfanos, suaves y cristalinos, musitándolos casi en sordina, como susurros al oído del espíritu, esa poesía de su corazón, la trasvasija en versos con delicado aroma creando una aura emocional que es un verdadero amor por la vida. Con su fuerza expresiva natural, el poeta pretende develar lo esencial de las cosas, en la soledad de sus preocupaciones.
Desde su aldea; como la de Jorge González Bastidas, en Infiernillo; como la de Max Jara en Yerbas buenas, como la de Rubén Campos Aragón en Linares; Como la de María de Tapihue; emerge Carlos René Correa en Rauco, con sus versos emotivos, láricos, de honda preocupación social, que cada día nos maravilla más. El poeta tiene esa vocación social que comparte con los demás, líneas de pan, de amor, líneas de fe, nostalgia de un pasado que cabalga sus versos. Las cadencias de su poesía, deambula entre los cerros, las nubes, la luna, los puquios y los personajes del pueblo, que emergen con magia a través del recuerdo de Rauco.
Es a su vez, un poeta místico que eleva sus versos a las fuerzas divinas, aunque no deja de ser telúrico. Su voz suena a nostalgia desenfrenada, emergen aquí sus evocaciones rauquinas, cuyas imágenes son el hombre frente a su hábitat, tendiendo al infinito.
La
mayor intensidad poética de su obra, radica en la naturaleza humana y social;
sus personajes, se enmarcan en un universalismo terrenal; amar al pueblo como
al arte, por lo tanto unirlos en una columna vertebral, nacida de un
sentimiento mesurado, con la hondura del pensamiento reflexivo.
En suma, un autor para ser leído detenidamente y cerrar suavemente sus páginas y volver a leer...
“ Otoño con manteles
de pámpanos y colmenares.
El día muere en la cruz
y alza un árbol.
Todo es memoria
sin nostalgia
de amores pasajeros
río de luces
en la mano de la tarde.”
Carlos René Correa, como hombre, como poeta, quedará pegado a nuestra tierra como agua cantarina y serpenteante que no cesará su carrera hacia el mar, como los puquios rauquinos de sus poemas, como lo hicieron Augusto Santelices, Pablo de Rokha, o Alejandro Gutiérrez.
Su imagen de poeta lárico estará siempre junto al mar, a su tierra honda y profunda, gredosa como los crepúsculos y que elevarán sus poemas en su materia cósmica a través del tiempo.
Al inicio del libro ¿Quién Soy yo? Dice:
Alguien golpea mi puerta.
- ¿Quién?
Soy la Aldea, me responde
Es Rauco, que en idioma aborigen significa “Agua de Greda”, quien me despierta de un sueño.”
Carlos René Correa.
Solíamos encontrarnos en Curicó cuando llegaba de Santiago, me traía sus libros autografiados y nuestro punto de encuentro, era la “Botillería El Patito”, de propiedad del historiador Patricio de los Reyes Ibarra donde íbamos al aperitivo del mediodía que finalizaba a las 21 hrs. de la tarde, entre conversa y conversa.
Carlos René Correa recuerda su partida de su natal Rauco: “fue una mañana de abril de 1924, fría y azulenca, cuando en compañía de mi padre partía a Santiago”. Mis lágrimas de niño caían sobre el caballo...allá quedaba mi madre, mi hermano menor, mi perro Vulcano y mis gatos”.
Siendo redactor del Diario Ilustrado de Santiago, una tarde apareció en su oficina, un tanto destartalada, una jovencita de melena rubia, con grandes ojos azules, rostro encantador; delgado como una espiga, quien le trajo un poema:
“El
sol se hirió la cintura
En una peña del mar
Inútil lo lava el agua,
Nunca lo podrá sanar”.
Dialogaron brevemente, él le pregunta su nombre, ella responde Mónica Silva. Al poco tiempo dejó su vida solitaria, porque María Silva Ossa y no Mónica como ficticiamente se presentó, se convirtió en su amada esposa con quien tuvo ocho hijos y a ella dedica ese bello poema:
En una peña del mar
Inútil lo lava el agua,
Nunca lo podrá sanar”.
Dialogaron brevemente, él le pregunta su nombre, ella responde Mónica Silva. Al poco tiempo dejó su vida solitaria, porque María Silva Ossa y no Mónica como ficticiamente se presentó, se convirtió en su amada esposa con quien tuvo ocho hijos y a ella dedica ese bello poema:
“Se desgajó tu cuerpo
y te nació una flor....
Ha crecido mi nombre
junto con el amor:
el hijo sabe el canto
de mi nocturno don”
Nació en Rauco, al igual que Alejandro Gutiérrez, poeta de los viajes marinos y por lo tanto las dos voces firmes de esta tierra de viñedos y áridas serranías.
Este pequeño poblado, que el poeta recuerda casi como una aldea, llena de significaciones y maravillas como las pinturas de Marc Chagall.
En 1936, publica su primer libro “Caminos de Soledad”. Más de 20 obras engalanan su trayectoria de hombre dedicado a las letras.
Falleció en Santiago a los 87 años, cuando aún conservaba el vigor poético, si bien afirmaba modestamente que era un desconocido entre su pueblo. En verdad Carlos René Correa fue uno de los literatos más prolíficos de esta tierra.
“Caminos de Soledad” (1936) Poemas.
“Romances de Agua y Luz” (1937) Poemas.
“Significación de las cosas” (1940) Prosa.
“Romances de Santiago del Nuevo Extremo” (1941)
“Quince Poetas de Chile” (1941) Ensayo.
“Cuento y Canción” (1941)
“Poesía en la Bruma” (1942).
“Tierras de Curicó” (1943).
“Poetas Chilenos” (1944).
“Comienza la Luz” (1952).
“Biografía de una Aldea” (1957)
“Gris” (1959)
“Poesía” (1970)
“Jorge González Bastidas: El poeta de las Tierras Pobres” (1070)
“Luz y Poesía del Seminario de los Ángeles Custodios” (1971)
“Poetas Chilenos del Siglo XX” (1972) Ed. Zig – Zag.
“Camino del Hombre” (1974).
“El Árbol y sus Voces” (1982).
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